miércoles, 31 de octubre de 2007

Espero visita


Hoy me ha invitado a comer Jesús Pindado en la siempre agradable compañía de Raúl Gómez Samperio, el hombre que siempre me retrata la sonrisa y el escote. Pindado, con esa impecable factura británica que le distingue, nos había convocado para debatir acerca de la memoria histórica pero la sobremesa en Frysia (que en el tránsito de propiedad perdió la P, igual que el acrónimo de Zapatero), la conversacion ha transitado por otras realidades y, al postre, hemos convenido que a partir de ahora sólo aspiramos a disfrutar con nuestros trabajos. A que nos sorprenda la risa. No me atrevo a escribir más sobre el maestro del artículo por si se ve forzado a corregirme. Le he invitado a conocer este blog y estoy tan impaciente por escuchar su veredicto, como quien plancha los visillos y dispone jarrones de flores y ceniceros de plata por el salón de su casa para que todo esté en orden cuando llamen al timbre las visitas. Aquí no puedo esconder las palabras debajo de la alfombra.

martes, 30 de octubre de 2007

Palabras para mi cuaderno nuevo


Ayer me regalaron un cuaderno. Es de color plata y puedo cerrarlo con una cinta elástica, para que no se escapen las palabras que guardarán sus páginas blancas de gramaje recio. Lo puse a mi lado mientras trabajaba, y no pude dejar de acariciarle en toda la mañana.
Tiene algo mágico, porque aunque no tiene espiral cualquiera de sus páginas permanece cómodamente abierta con la mayor facilidad. Me señala Escéptico que es de tecnología sueca, pero yo prefiero abrazarme al imposible de que, por si solo, se abre a su dueño para ser escrito.
Siempre me ha fascinado el papel. Empecé a escribir historias para agotar lo antes posible los cuadernos a golpe de letras y conseguir que me regalasen nuevos ejemplares.
Aquí, a mi lado, reposa mi nuevo cuaderno. He querido estrenarlo pero no me salían las palabras. Quería poner algo bonito, notable, con la suficiente entidad como para justificar el principio de un ejemplar tan especial. El principio es la mitad de todo. Pero ayer me visitó Víctor, y me distrajo. Mis hojas de plata quedaron a la espera de un mejor momento para la inspiración. Después, alguien llamó por teléfono, vestí de invierno el armario, aliñé mis recortes de periódicos y recuperé el inhalador de una caja escondida porque empecé a respirar con fatiga, en pequeños sorbos con silbidos prolongados.
Esta mañana también salí de casa acompañada por mi cuaderno de plata. Mientras esperaba el café del desayuno volví a estudiar el tacto, el olor y la textura de mi nueva propiedad. Aparté la banda elástica con un roce suave, abrí las tapas y, muda de sorpresa, leí en la primera página: “Para escribir silencios”, trazado por el lápiz de Penélope y con una letra que me pertenece. No recuerdo en qué momento de mi confusa tarde de ayer lo escribí. Tengo un cuaderno que habla.

lunes, 29 de octubre de 2007

Pase sin llamar

En una viñeta, el padre de Mafalda dice: “Es extraño; me agaché a recoger un libro y al levantarme me dio una punzada en la cintura. No voy a pensar que estoy viejo, me habrá afectado una corriente de aire. Seguramente alguien dejó una puerta abierta y sin darme cuenta... entraron treinta y siete años”.

Anoche, yo también dejé abiertas las páginas de este diario esperando una visita que presumía que no iba a llamar a la puerta. El tipo llegó y se tomó tiempo suficiente para indagar en mis palabras. Las sometió a un interrogatorio feroz y desordenó aquellas que no formaron las frases que hubiera deseado descubrir. Supongo que le obedecieron menos letras de las que esperaba y con ellas armó un ejército de artillería dialéctica que aplicó a la crítica que recibo en mi cuaderno. Escribe con un lápiz mucho más afilado que el de Penélope, pero considerando que el tipo exhibe un sentido crítico que raya lo enfermizo –y que me incomoda reconocer que me irrita- ha rozado el almíbar en algunas de sus expresiones.

En cualquier caso, Víctor, tu visita no me ha sido indiferente; aunque me sonroja la percepción que tienes de mí a través de ese análisis que desnuda hasta mis silencios, hasta las palabras que no escribo. Y en cuanto a la ausencia de polémica en mi cuaderno, no ignoras mi preferencia por el examen oral. La verdad es que durante muchos años he vivido de prestar mis palabras a otros. Ahora simplemente quiero salpicar este cuaderno con las mías.
Ni yo soy Elvira Lindo, ni tú eres Paco Umbral. Decíamos ayer. Tampoco nos hace falta.

domingo, 28 de octubre de 2007

Mi lugar en el mundo


Dicen que nunca se debe tratar de volver al lugar donde se ha sido feliz. Lo raro es cuando sin quererlo, el lugar vuelve a ti. Leza ha vuelto a mí. Ese rincón mágico del corazón de la Rioja alavesa donde sólo crecían viñas y en el que aprendí a oler y a acariciar vinos. Hoy me ha dicho Mariola que, de forma insólita, ha llegado hasta allí una entrevista a la que respondi en un periódico local y en la que citaba a Leza. Me cuenta que ha circulado por todo el pueblo, y que les ha hecho ilusión.

El pueblo sigue ahí. Al parecer, aparece señalado en más mapas desde que sus vecinos de Elciego se colocaron en el presente internacional, gracias a la bodega que diseñó Frank Gehry para Marqués de Riscal. Además, tiene un censo que ya supera con ligereza el centenar de habitantes. Las noticias que me llegan de Leza me han provocado la tentación de volver a asomarme a este balcón vitícola que me evoca sensaciones contradictorias. Fueron muchas fiestas de San Martín, muchos fines de semana, muchas risas y muchos abrazos.

Y la nieve. Una vez, un invierno, la vida se detuvo y todo se quedó en calma mientras una lluvia silenciosa, suave y persistente de copos de nieve nos aisló de la facultad y de Bilbao durante una semana. Que sepas, Iñigo, que nunca más me ha envuelto una sensación de calidez semejante. Es la única vez en la vida que he creído haber encontrado mi lugar en el mundo.

Y no quiero volver por si me atrapa definitivamente.

viernes, 26 de octubre de 2007

La maleta de recuerdos


Estoy atrapada por la historia de Zlata Filipovic, la Ana Frank de Sarajevo, autora de un diario que recoge el testimonio en primera persona de una niña de doce años del dolor, la muerte, el hambre y la tragedia que padeció. El relato de esta mirada infantil sobre la realidad bélica, permitió que Zlata y su familia pudieran abandonar el trágico escenario que habitaban.
Hoy cuenta en El País la angustia que le provocó tener que decidir qué guardaba en la maleta ante la premura de su huida. Se llevó los libros, la colección de bolígrafos de colores y gomas de borrar y un osito de peluche. Sus padres, la colección de fotos familiares.
¿Qué se lleva uno puesto cuando sale huyendo?
En una ocasión, alarmados ante la repentina y misteriosa aparición de una grieta de considerables dimensiones, los expertos decretaron un desalojo preventivo del edificio que habito. Entré en casa decidida a recuperar algunas pertenencias y poner a salvo ¿lo más importante?, ¿lo más valioso?, ¿lo más útil?
Me detuve aturdida en medio del salón tratando de discernir cual de todo aquel material privado que me pertenece era realmente irremplazable en mi vida. Sólo se me ocurrió salvar una foto y un libro, porque sus páginas huelen a mi fugaz pretérito en común con Ángel. Es una selección indecisa, incompleta, irracional, inconsciente.
Sin pretenderlo, uno otorga preferencia al valor sentimental por encima del material. Y se inclina por conservar lo que no se vende en las tiendas.
Ojalá Zlata, como todos nosotros, pudiera haber dejado atrás el dolor con la misma facilidad que abandonó los calcetines, los juguetes y las horquillas de pelo en Sarajevo. Ojalá en ciertas ocasiones pudiéramos viajar más ligeros de equipaje. Todavía.

jueves, 25 de octubre de 2007

Ausente


Hoy ya no es 24 de octubre. Ya puedo dejar de mirar insistentemente el teléfono para ver si llega una respuesta a mi llamada. Hoy ya no es el cumpleaños de Alex. Desde esta mañana he hecho todo lo posible por mantenerme ocupada. He ido al cine, a una cita en la radio y de confidencias y cañas. Pero se me han escapado unos minutos del día después, suficientes para recordar.

martes, 23 de octubre de 2007

Deconstruir poltergeist a carcajadas


Estoy al borde del delirio. No me cabe más información. Y, para colmo, sigo sin cuaderno. Hoy tengo uno de esos días en los que el tránsito por el centro de la ciudad se convierte en un bucle enemigo del que no puedes librarte y los encuentros se van sucediendo en una agitada continuidad que me ha obligado, en este espeso azar, a mantener una sucesión de inyecciones de cafeína al ritmo de diferentes confesiones. Para estos días difíciles, echo de menos una capa de invisibilidad como la de Harry Potter para eludir tropiezos.


Tanta sobreinformación ha estado a punto de hacerme estallar, sobre todo ahora que me lo quedo todo dentro, desde que pasé al otro lado de la trinchera. Echo de menos mi bloc perdido, porque era el contenedor metafórico de mis pensamientos. Como los pensaderos de Harry Potter, una especie de taper en donde vuelcan los hilos grises de memoria para liberar espacio en el disco duro. El mundo mágico está mejor diseñado.


Me quejo de tanto cotilleo, pero no hay nada tan parecido a un orgasmo como un buen scoop. Un chivatazo de esos que le queman a uno en la lengua y que irremediablemente alivia poniendo en circulación el preciado chisme a la mayor brevedad.

Precisamente eso comentábamos esta tarde frente al enésimo café del día cuando a mi amiga le llamó su novio. Le despachó con una celeridad que no admitía réplica: "ya te llamo yo luego".

Después, se volvió hacia mi y con un desparpajo que desconocía en ella, espetó: "Este hombre no se da cuenta de que yo vivo a otro ritmo".


Nos quedamos bloqueadas por un instante. Yo, por la rotundidad de una frase que no forma parte del acervo gramatical ni emocional de mi amiga. Y, ella, muda de sorpresa ante el juicio que acababa de salir de su boca. Dios mio, parecemos una caricatura del lujo urbano de Sexo en Nueva York, pero en el decadente escenario del Paseo Pereda.


Pero, para frases, la que Ramón le enchufó a su novia cuando ésta quiso abandonarle: "No creo que tengas queja de mi, ni como amante, ni como persona, ni como hombre que trabaja. Sal ahora mismo de mi coche y de mi vida". Quedé anonadada ante tan exacerbado ataque de dignidad (y exceso). "Nunca he visto asumir un plantón con tanto aplomo", apostillé en mitad de la calle San Francisco. Con el remango que trató a su menganita, Ramón es un poco Escarlata con la tierra roja de Tara.


Después, mi amiga y yo hemos llamado a Lux. Necesitamos deconstruir esta realidad tan ridícula con una sesión de carcajadas. El viernes nos concentramos para analizar éstos y otros poltergeist urbanos frente a un gin fizz.

lunes, 22 de octubre de 2007

Se me esfuman las palabras


He perdido mi cuaderno de cosas. Es amarillo, con un tulipán verde y naranja en la tapa. Con él se han esfumado las anotaciones apresuradas de sensaciones, descubrimientos y anécdotas de los últimos tiempos. No se si entristecerme por la pérdida porque, últimamente, se había convertido en una carga de memoria adicional que tenía el impulso de repasar de manera cada vez más asidua. Y lo peor es que eso suponía someter mis reflexiones a una revisión constante que me inducía, de manera inconsciente, a distraer mi atención del presente.

Empecé a escribirlo en la UIMP, cuando mi vida comenzó a tomar una velocidad de vértigo y está lleno de anotaciones estúpidas prácticamente cifradas ante miradas ajenas.

En realidad, me gusta la idea de que pensamientos estúpidos cómo que" si gano más, gasto más y creo que tampoco eso me hace más feliz" (lo escribimos Cuco y yo cenando con mi primer sueldo de señorita mayor y responsable), circulen por ahí y que mi cuaderno de cosas haya caido en manos de cualquiera que aplique a su vida este manual sin pies ni cabeza que recoge, entre otras imprudencias, "creo que nunca podré ser ni anoréxica ni depresiva" (reflexión realizada en una entrevista de trabajo a la pregunta de ¿cómo te definirías? No me dieron el puesto, pero me felicitaron por mi entusiasmo), "a veces me gustaría tener la cabeza solo para llevar el pelo" (lamento desesperado tras notificarme que tenía que escribir un discurso paquete), "no me importa cumplir años porque me he comprometido a volver a fumar cuando cumpla los sesenta y cinco" o "no siento ningún respeto por la gente con chandal".

Además de este manual de primeros auxilios, también he perdido toda referencia a mi macedonia sentimental de la que, en forma de español urgente, aportaba información sustancial.

Sobresalto y casualidad. Mi cuaderno ha desaparecido de mi bolsillo ahora que escribo con el lápiz de Penélope. Se me esfuman las palabras.

sábado, 20 de octubre de 2007

Arquitectura emocional

El Guggenheim cumple diez años depurando la belleza dramática de un Bilbao que cambió el acero de Sestao por el titanio de diseño. Ayer decía El País que ha sido tal la potencia con la que el soberbio edificio de Gehry ha operado sobre la ciudad, que le ha cambiado radicalmente el alma.
Me gustan estas palabras porque definen con una acertada metáfora el efecto Guggenheim. Es cierto. Más allá de la arquitectura de autor, el gigante de titanio recuperó el orgullo de los habitantes de una ciudad que se colocó de golpe en el mapa internacional. Ha sido el antídoto contra la tristeza.

Recuerdo que durante los primeros días de estreno del museo, Alex y yo nos cruzamos en la plaza elípitica a un chino con una cámara de fotos colgada al cuello. Cruzamos una mirada de incredulidad. En Bilbao no había turistas, sino supervivientes. Hasta que Puppy trajo la primavera a una ciudad en la que siempre amanecía el invierno.

Quiero que Santander experimente una cirugía urbana de semejante calado emocional. Que se sacuda el pretérito, que se reinvente, que se arriesgue, que se deje seducir por un estímulo artificial potente que ambicione algo más que un cambio de baldosas o un pirulí comercial. Un fenómeno que cambie el corazón de Santander. Como el Guggen cambió el alma de Bilbao.

viernes, 19 de octubre de 2007

Macedonia sentimental


Hay quien ha venido al mundo para amar a una sola persona y, consecuentemente, no es probable que tropiece con ella. El mundo es demasiado grande como para confiar en que sólo haya una media naranja cuyos gajos encajen exclusivamente con cada uno de nosotros. Los amantes bipolares serbios son la excepción: ¿estarán condenados a exprimirse mutuamente su zumo durante toda su existencia?


A veces alguien consigue vivir una perturbadora historia de amor sin fecha de caducidad. Hasta tal punto que ha quedado cientificamente probado que se puede morir de amor. Después de doce años de investigación Roberto De Vogli, epidemiólogo del University College de Londres, ha llegado a esta conclusión que ya avanzaron los románticos.


Fascinada como estoy por estas conclusiones y por el amor bipolar, he quedado con la otra Olga para hablar de hombres. Nos hemos sumergido en esa especie de bucle melancólico tan femenino que nos lleva, una vez más y con renovado entusiasmo, a repasar nuestras respectivas biografìas sentimentales. Hemos llegado a la conclusión de que he tenido tres medias naranjas y algunas mandarinas. No desvelo los zumos que se ha tomado la otra Olga, por si me llega un toque de atención de la Alcaldía. Me gustaría tener el desparpajo de Marisane para hablar de mi macedonia sentimental.

miércoles, 17 de octubre de 2007

El extraño caso de amor bipolar


Estoy fascinada por la historia de esa pareja de serbios que, sin saberlo, se enamoraron con otras identidades a través de internet y, cuando decidieron conocerse, descubrieron que ya llevaban casados varios años y que no se soportaban. En cuanto se deshizo el hechizo, decidieron divorciarse.


Me parece una decisión inteligente. La vida pasa demasiado rápido para desperdiciarla en intentar recomponer relaciones rotas -en este caso, probablemente confundiendo consuelo con amor- sólo por el temor a empezar de nuevo, que nos empuja a refugiarnos en lo conocido negándonos la posibilidad de vivir exprimiendo la máxima potencia sentimental.


Todo ese amor ciego, que brotó de la relación epistolar que mantuvieron, desapareció al descubrir que eran ellos mismos representando otros papeles. Esto me hace plantearme la capacidad de seducción que uno tiene en delantal. Es decir, al parecer pueden amarse en otro entorno, pero no en la rutina de su matrimonio. La vida doméstica en común es destructiva. Yo también me enamoraría de alguien a través de las palabras, sin roce ni convivencia. Supongo que resulta idílico y fácil engancharse a alguien que no desciende al plano de la realidad, alguien que nunca pregunta qué comemos hoy o a quién le toca limpiar el baño.


Luego, uno cambia de escenario, se pone las zapatillas y empiezan a asomar las manías. Algunas personas que únicamente mantienen un compromiso por compasión o falta de valor, corren el peligro de que esta rutina se altere a la menor convulsión sentimental. Tal vez por eso, esta pareja entró en individual ejercicio de efervescencia emocional, que confundió con amor, cuando cada uno por su lado creyeron encontrar a otro que les escuchaba y que no formaba parte del decorado doméstico.


La decepción rompió la magia cuando, al identificarse, ambos vieron al otro en zapatillas. Y decidieron no darse otra oportunidad. La chocante experiencia les ha hecho saber lo que no quieren y les ha dado el valor necesario para intentar vivir otra vida por separado.


Particularmente, siempre he encontrado menos dificultad en el fin que en el principio. Siendo duro, es más fácil afrontar el adiós porque vuelves a vivir con esa incógnita de no saber qué te espera a la vuelta de la esquina. Con esa arrolladora sensación de permanente efervescencia.

lunes, 15 de octubre de 2007

Memoria etílica

Dice Óscar que le parece una buena idea que la Asociación de Hostelería esté preparando un libro de historias de los bares más representativos de Santander. Además, aporta una idea fantástica: que el libro incluya unas páginas en blanco para que cada uno escriba su propia historia de recuerdos y convivencia con los locales que han marcado su tránsito vital.

No puedo sustraerme a esta propuesta tan seductora. Las escenas de la vida que almacenamos siempre han transcurrido en escenarios que se tiñen de un simbolismo especial con el paso de los años. Los domingos merendaba con mis padres en Sonderklass(o algo así, en el paseo de Pereda. Un kas de naranja y una tostada. Todavía existía la Mirinda y triunfaban las caseras de sabores. La abuela Estrella, todos los sábados iba a la peluquería a lavar y marcar, se echaba el plis (nunca supe muy bien qué tipo de producto capilar es ese) y se pintaba las uñas y los labios de rojo para ir a tomar el café a Lago con las amigas. A veces nos llevaba y una señora nos enseñaba a hacer pajaritas de papel con las servilletas, cuando aún no sabíamos que eso se llamaba papiroflexia.

La primera vez que Marián y yo tomamos alcohol pedimos un gin-kas de naranja en el Tetos, aquel local clandestino de la calle Pedrueca –imposible que un lugar así tuviera licencia- donde tomabas copas por cincuenta pesetas y sin carné. Te servían los hielos con la mano y te esparcías por la casa buscando una habitación o un hueco libre.

Mi Santander fue también la Higiénica, el BB2 y Pentágono. Eran los ochenta y yo quería ser Alaska en una ciudad donde triunfaban los Hombres G. Río, sobre todo La Tienduca y el Drink. Quinitos con Carlos Gallut en Monte, o en Cueto, no sé, estaba demasiado lejos del epicentro. El Barco, cuando fue la novedad de aquel verano. Las rabas del Chupi. Los quemadillos de la Peña del Cuervo, que también están en la agenda de Óscar. El Niágara. El Pil. El Zeppellin. El Tony Curtis. El Urban…

Después empezó la decadencia y emigramos hacia otras geografías, evolucionamos al Canela, a Terminal y a la Hora Bruja. Magdalena recordará más escenarios que yo. Pero si hay un bar mítico en mi vida, ese fue –estaréis de acuerdo conmigo, Beas, Blanche y Madeleine- La Luna. Pero eso era cuando Santander vivía de noche y las puertas de los bares abrían hasta el amanecer para acabar desayunando en Luzmela, que sacrificó la estética de chocolatería del alba por un sofisticado local de pinchos y vinos. Después llegó Piñeiro impuso la Ley y Viví el Bilbao del Scuba, nuestro particular bar de culto en el Muelle de Ripa; los cafés del Lamiak, los zuritos y los pinchos con banderilla del Torero, el bar de Igor y el Coleguitas. Cuando Malasaña mataba y Chueca no tenía colores. Y he regresado al Canela, que ahora ya no es estrecho y largo como entonces. Y me gustan las copas del Maravillas, en Menéndez Pelayo.

sábado, 13 de octubre de 2007

El puente 'con' Pilar


Pilar y yo estamos pasando el puente juntas, cuidando de la abuela Estrella que tiene 97 años. Mamá nos dejó la nevera repleta de cosas ricas, pero Pilar se ha puesto malita del estómago y yo, por solidaridad, he decidido sumarme a su obligada dieta blanda. Por eso, hemos dicho adiós a los pasteles y se los hemos regalado a Isabel, la chica que viene todas las mañanas a casa de mamá. Como Santander ofrece tantas posibilidades de ocio, estamos desesperadamente aburridas. Yo he terminado de repasar y tomar notas sobre un libro de testimonios que me prestó el escéptico y que me ha cautivado. Pilar se entretiene leyendo Pelopicopata, una revista sobre animales que le gusta mucho. Fruto de este solitario, tedioso y soleado puente, Pilar ha decidido abrir un blog. Será nuestro proyecto de fin de semana.

jueves, 11 de octubre de 2007

La vida sin Mar

Ayer me tropecé con Lourdes. No nos habíamos visto desde la muerte de Mar. En realidad, no había tomado contacto con ninguno de quienes la frecuentamos. Recuerdo perfectamente mi primer día de prácticas. Mar entró en la redacción con esa presencia suya, tan femenina, a la que nadie podía ser indiferente. Nunca vi fumar con tanto estilo, más allá de la pantalla del cine. Vestía -aún puedo dibujarle- un traje de falda estrecha a la rodilla con la chaqueta entallada y zapatos de tacón. Llevaba lápiz de labios rojos y el pelo recogido en un moño descuidado, que le daba un aire afrancesado enormemente seductor. Se conducía por la redacción con entusiasmo, defendía los temas con coraje y trabajaba con rigor las informaciones.
Lourdes, Paloma y yo congeniamos enseguida con quien entonces -y ahora- me parecía una periodista fascinante. Ese día decidí que quería parecerme a ella. Cuando Pepeillo apareció en la redacción, pasó a formar parte de las vidas de Mar y de Lourdes y, en menor medida, de la mía.
Yo fui la primera en volar porque entonces tenía prisa por vivir, me siguió Paloma y poco después, a Lourdes se le frustró la vocación entre las páginas de información municipal de Diario 16.
Pienso en Mar y me agarro a la vida con todas mis fuerzas. Mientras yo me reía a carcajadas y aprendía el oficio en geografías diferentes y repartos escénicos en constante tránsito, Lourdes repudió la profesión, se casó, tuvo hijos y es feliz. Cuando tropecé con ella esta mañana estaba en una cafetería, leyendo el Marca. Paloma volvió a dar esas clases tan divertidas de psicología en la Universidad, coincidimos cuando retorna a Santander y compruebo que se mantiene en constante efervescencia. Su amiga Teresa, la magistrada, me dice admirada que nunca se cansa de Paloma porque es la persona con la que más se ha reído en el mundo.
Volví a ver a Mar muchos años después. Le habían abandonado su prometedora trayectoria profesional, el canalla de su marido, la salud, el dinero y hasta su propio rostro. Fue una cadena de espinosos eslabones: una historia de amor le destrozó la autoestima, un fallido matrimonio el corazón y un accidente de tráfico, la cara. De forma que, mientras tomamos aquel café en el Rhin, pensaba que era y no era Mar. Buscaba rastros de sus gestos, que también habían cambiado porque estaba preocupada por su hija, que nació oscurecida por la enfermedad. Todo lo que tocaba se destruía y esa maldición acabó también con ella.
Me lo dijo José Ramón en el Canela. Recordé los cierres del periódico, el día que Mar me ayudó a escribir el crimen de las 74 puñaladas en Pechón, cuando enviaron a Paloma al Seminario de Corbán y confundió al obispo con otro tipo con sotana y a José Ramón ejerciendo de jefe, pidiéndome titulares, "que tú les sabes hacer, niña", me animaba.
Ahora temo por Pepeíllo, porque es el más desvalido de todos, el que más quería a Mar. Y me doy cuenta de que todo esto sucedió hace dieciseis años, en mi primer trabajo, y que todavía continuamos conectados. Y soy un poco cobarde porque no he llamado a Pepeillo, ni quiero hablarlo con Paloma. Porque si no lo digo, será como si no hubiese pasado.
Ayer Lourdes me dijo que he tardado demasiado tiempo en desengañarme de la profesión. No me atreví a llevarle la contraria, porque la realidad es que sigo engañada y enganchada. Igual que Mar, que viene de Margarita y no de las olas. Los periodistas tenemos la obligación de ver lo que otros no ven. Y Mar siempre tuvo los ojos bien abiertos.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Desde el otro lado


Lo hice de manera inconsciente. Llegué al acto de apertura del curso académico de la Universidad de Cantabria y en lugar de sentarme en el espacio reservado para el público, hice acopio de toda la documentación que encontré a mi alcance y decidí subir a la tribuna de prensa. Me sente al lado de IsaPress y me presenté a Celia, la nueva de EFE, porque me molesta mucho no conocer a los compañeros. El chico de prensa del Gobierno de Cantabria empezó a repartir el discurso de Revilla y cuando pasó a mi lado tomé un ejemplar con naturalidad, embelesada con la posibilidad de volver a sentirme periodista. Leí rápidamente el contenido del texto, discurrí un titular y pasé a compartir mi análisis con Pepa, la jefa de prensa. Jugué a ser periodista. Otra vez. Me he quedado tranquila porque, aunque lentos, aún me quedan algunos reflejos del oficio. Sigo echando de menos contar cosas. Supongo que otros tienen hobbys, habilidades, proyectos de vida, libros de recetas y clases de idiomas. Yo sólo se contar cosas, y no me puedo sacudir la vocación de hacerlo.

martes, 9 de octubre de 2007

Ausencia fugaz

Perdón por la ausencia, pero este fin de semana he vuelto a la vida canalla nocturna. Me ha gustado volver a ver a Juan. Si Marisane tomara prestada esta historia se marcaría uno de esos post literarios que Nuria y yo devoramos con más intensidad que las historias de Houllebecq y Paul Auster que compartimos. Pero soy Pe, no Marisane. Y relatar esta historia me llevaría otra vez a su inicio, en Bilbao, y dejaría aquí mucho de mi misma. Y no podría contarlo tan bien como ella. Supongo que nunca he sabido elegir. Pero si conservar. Algún día os lo explico siguiendo el consejo que me ha dado este fin de semana mi original hermana Pilar: "Utiliza palabras sencillas para no equivocarte".
No puedo dormirme sin visitar al escéptico y a Sert.

jueves, 4 de octubre de 2007

Lágrimas

Esta mañana la radio lloraba noticias. Y en una espontánea sintonía, el cielo se vistió de luto para recibir a Carlos Llamas. Amanecieron teñidos de gris el paisaje y los informativos. Una ligera cortina de nubes envolvía Santander y humedecía el rostro de quiénes madrugamos con una delgada lluvia de gotas de pena, en señal de duelo por un periodista y por un hombre extraordinariamente lúcido que nunca perdía la sonrisa.

Libros sin lectores y periódicos sin letras


Supongo que uno lee con ese afán de poder vivir otras vidas además de la propia, y poder saciar esa curiosidad que se presume innata en todos nosotros. Por eso me extraña que ahora leer no se considere placentero y se haya convertido en un ejercicio de difícil digestión. De hecho, socialmente está mejor visto cultivar el cuerpo que la mente, visitar gimnasios antes que bibliotecas.
En este contexto parece obligado aligerar la densidad de los periódicos, camuflar la realidad en titulares sensacionalistas, abusar de los colores y de las fotografias y gráficos. Hacer productos descafeinados, rápidos, ligeros de calorias reflexivas y ausentes de matices. Diseñados para no pensar. Si el periódico Público engancha a los jóvenes, me confieso mayor. Desde luego, tengo más edad que el código de barras que hoy cumple treinta años y, afortunadamente, me educaron para no sentir pánico ante las crónicas densas, los artículos de fondo y los libros sin fotos, que echo de menos en un periódico que trasmite cierto desprecio por la actualidad en detrimento de esa nueva sección inventada para dotar de menos gravedad a los periódicos y que se llama sociedad.
Ahora leer, como conducir con moderación o impedir el consumo de pezqueñines necesita estimularse a través de campañas publicitarias. Curiosa deriva para un pais donde hace menos de medio siglo los libros y los periódicos estaban sujetos a la obligada censura. España utiliza la fórmula 'Si tú lees, ellos leen', pero me parece mucho más delicada y sugerente la propuesta chilena, que va a repartir un maletin literario cargado con 49 obras a las familias con escasos recursos económicos.
Quizá sea demagógico, pero es mucho más bonito repartir una canastilla con 'Cien años de soledad' y 'El libro de las preguntas' de Pablo Neruda, que el cheque de tres mil euros que propone Zapatero. Mercantilismo frente a literatura. Puede parecer estúpido, pero la decisión de Bachelet tiene una carga simbólica extraordinaria y define el tipo de sociedad que desea construir. Chile reparte letras, no dinero.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Universo paralelo

Tengo un jefe que antes de dar una rueda de prensa sueña que se fuga con Mónica Belluci. Una vecina con chandal, tacones y riñonera que nunca sale de casa sin pintarse los labios de rojo. Una amiga a dieta que se siente rechazada por el mundo. Una hermana adoptada que colecciona fotos de niños muertos. Un colega de profesión que corre las 24 horas de Le Mans en patines. Una antigua compañera de piso que utiliza la plancha para tostar los sandwiches. Un tipo que se presenta en mi casa por la noche para dibujar un blog. Una amiga que acaba de aterrizar en una boda en Manila. Un antenista cubano con una PDA de última generación que ha venido a arreglarme un cable. Una prima aprendiendo punto de cruz. Un vecino de buhardilla que me hace visitas por la ventana. Un quiosquero que sólo lee El Diario. Un Doctor House en versión vasca que me ha borrado de su agenda. Una pareja de amigos de luna de miel y una hermana que intercambia recetas de la termomix.
Yo intento pintar tulipanes en las paredes de mi casa.

lunes, 1 de octubre de 2007

Mi lista de rincones mágicos

Durante esta ausencia he pintado las paredes del Palomar para reconciliarme con un espacio que últimamente se me antojaba de paso. La decisión de colorear la buhardilla supongo que responde a un inconsciente ánimo de permanencia en Santander. Me he rendido a la comodidad de un invierno en esta ciudad donde la vida se consume a pequeñas dosis, donde ante la ausencia de novedades la anécdota se convierte en noticia, donde los detalles y el pedigrí importan. Es raro. Tengo la sensación de que me atrapa este ritmo vital flaco, pausado hasta el tedio.
Nunca he podido percibir como propia esta ciudad en la que nadie se compromete con nada, tal vez porque mi vida siempre ha sido más intensa fuera de esta geografía sosegada. No obstante, hay rincones, detalles de Santander que se cuentan entre mis favoritos, aunque sólo sea porque me recuerdan a otras ciudades.

Mi itinerario particular. Rincones mágicos. Sitios que me hacen sentir bien. Ver flotar peces. Dejar la mente en blanco sentada en las gradas frente al acuario, en el Museo Marítimo. Bernardo me enseñó a compartir en silencio la calma que trasmite el cimbreante ir y venir de los peces. También me gusta sentarme en el muro del espigón de Puertochico con las piernas colgando sobre la bahía. La Peña del Cuervo sobre las vías de tren, una poderosa escenografía de película de Ken Loach. La Maruca, porque es el anti-Sardinero, porque no es artificial y porque es ese Santander autóctono que permanece en un inmerecido segundo plano. Velada nocturna en uno de los bancos que miran al estanque de recinto de Las Llamas. Cierro los ojos y aparezco ahí, mirando a la noche, y a César. El imponente horizonte desde la terraza del bar del Faro.

Prometo mirar de manera diferente Santander en busca de más rincones mágicos que iluminen el invierno.

Mi mascota pepe el pez

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