jueves, 17 de enero de 2008

El enigma está al final del roce con la yema de tus dedos

Dice Benedetti que todos tenemos un enigma que perdemos al despertarnos del sueño, justo cuando iba a descifrarse. Hace años que algunas noches viajo hasta una habitación llena de gente en la que no conozco a nadie, un espacio silencioso y blanco que comparto con siluetas y rostros a quiénes nunca identifico. Siempre miro la escena desde un pequeño sofá, arrinconada junto a uno de sus brazos. Nadie me mira, nadie me habla. Quiero preguntar qué hago ahí pero no me sale la voz. Es una situación angustiosa. De repente, cuando la indiferencia y la incertidumbre están a punto de ahogarme en un grito mudo una mano roza las yemas de mis dedos y una corriente cálida estremece mi cuerpo. Me giro despacio, levanto la mirada y cuando al fin voy a desvelar la identidad de quien toma mi mano abro los ojos y con una brusquedad inusitada aterrizo en la realidad de mi cama. El sueño siempre se rompe cuando estoy a punto de pellizcar la incógnita. Nunca consigo resolver el misterio que cada cierto tiempo visita mis sueños. El otro día alguien me cogió la mano y repentinamente, para mi sorpresa, me sacudió esa sensación de calidez que sólo existe en mis fantasías oníricas y que también me dejó sin palabras. Solo que, esta vez, estaba despierta. Supongo que ahora necesito volver a dormirme para saber si el sueño ya tiene rostro.

jueves, 10 de enero de 2008

Efervescencia

A veces pienso que la vida sólo cobra sentido en los abrazos. En el presente que se tiñe de miradas y caricias. En los instantes sin aliento, en los minutos efervescentes. En la piel barnizada con aroma ajeno. Dejar que la vida te lleve a donde tantas veces has viajado con la imaginación. He cambiado de colonia. Suena otra música. Y se me escapan las sonrisas.

miércoles, 2 de enero de 2008

Azar, tránsitos y palabras


Mi padre nació muerto y resucitó envuelto en algodón al cuidado de una de sus primas pequeñas que, como un muñeco roto, tomó en brazos aquel bebé sin llanto de seis meses venido al mundo de forma prematura por la pulmonía de la abuela. Lloraron su muerte hasta detectar un llanto tenue, un murmullo sosegado y débil, que procedía de aquel muñeco gélido que la niña, hacía ya un buen rato, mecía humedecido con sus propias lágrimas. Hubo un revuelo extraordinario alrededor de sus brazos. Tomaron al niño y lo envolvieron en un cálido lecho de algodón en donde incubó los tres meses que le restaban para nacer otra vez. La vida de mi padre fue siempre una segunda oportunidad.
Nadie escapa a su destino, por más que se proteja, aunque se cuide de todos los riesgos la fatalidad, si está por venir, penetrará por algún poro; igual que la vida volvió a mi padre después de muerto. Por eso no me gusta hacer conjeturas y evito pensar en un futuro que siempre llega demasiado deprisa. Aunque las experiencias no nos marcan a todos de la misma manera porque no somos lo que vivimos, sino lo que sentimos por lo que vivimos. Yo dejo que la vida me acaricie y me sorprenda, como un todo inevitable que dibuja a su antojo el guión de mi existencia, tal vez por eso pienso que las cosas empiezan y terminan, pero no fracasan, se agotan. He leído la reflexión de mi compañero de blog Escéptico sobre este año ya pasado. Ha sido un año de desencanto en algunas aventuras, pero arriesgarse nunca es un error porque hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria. Y no creo, Escéptico, que te atrevas a contradecir a Borges. Nos quedan las palabras.

martes, 1 de enero de 2008

Un espacio propio entre campanadas


Acaban de sonar las campanadas y estoy sola en casa. Es la primera vez en treinta y ocho años que me he dado el capricho de cambiar el barullo por el silencio, de prescindir de las uvas y de la emoción fingida. Acabo de estrenar el año en soledad, sin importancia. Tal vez porque el ritmo de mis tránsitos hace tiempo que dejó de coincidir con las hojas del calendario y porque odio los propósitos de enmienda y los churros de las cinco de la mañana. Disfruto de un estado de placidez total, no suena el teléfono, no necesito alimentar conversaciones y he podido aprovechar la noche para leer en pijama con las piernas cruzadas sobre el sofá y con unos calcetines prestados, una costumbre que he tomado de Marta porque me encantó descubrir la relación que mantiene con prendas ajenas. Incluso, a salvo de miradas ajenas, me he permitido cenar un tazón de leche con los cereales de estrellitas con miel de Pilar, que son una de mis debilidades gastronómicas. Después he llamado a Resconorio, para preguntar a Pilar qué tal la entrada de año. La pasieguita ha vuelto a aplicar con el rigor que la caracteriza su peculiar sentido común: “Pues que quieres, después de un año viene otro. No es novedad”. Compruebo que hay alguien más que afronta sin traumas festivos el inicio del calendario.

Mi mascota pepe el pez

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