Sólo he tenido ojos para ese anuncio. Lo he leído y lo he vuelto a leer. Y sus palabras permanecen en mí. No me puedo sustraer a su mensaje, aunque reconozco que su primera lectura desprende un aroma cursi. Es un texto breve, enmarcado en un recuadro que destaca por encima de todas las páginas del periódico. Es imposible que la gente no se fije en él. Pero a mi alrededor, en la cafetería donde desayuno, la gente pasa las páginas absorta en otros titulares. No entiendo cómo pueden evitar detenerse frente a esa frase que hipnotiza y que, de repente, convierte en absurdo el resto del contenido del periódico de hoy.
Página 14. “59 años. Pocos años para tanto amor. Te quiero”. Su lectura lo paraliza todo sin que nadie lo perciba a mi alrededor. Ni siquiera está firmado. Un amor tan poderoso no necesita remite, sólo destinatario. Y, hoy, ese anuncio estaba exclusivamente dedicado a un lector.
Siento que su lectura perturba esa relación, que me convierto en una espectadora privilegiada de una correspondencia íntima, que puedo compartir una intimidad que no me pertenece. Quiero pensar que quien escribe no sabe si llegará a su amada. ¿Amada? Instintivamente me aferro a la idea de que está escrito por una pluma masculina para una mujer que no sabe que está dirigido a ella. La emoción contenida en este escaparate me lleva a recordar que uno siempre es el gran amor de otra persona, aunque nunca llegue a saberlo.