Siempre que alguien se muere me pregunto si habrá sentido miedo. Creo que a Umbral la muerte le pilló desprevenido, después de mirarla de frente durante el largo duelo que siguió a la pérdida de su hijo y que hizo posible Mortal y rosa. La he leído dos veces. La segunda vez aparecieron nuevos matices, compartí sus enigmas y su tormento, me sentí reflejada en sus reflexiones y llegué a la conclusión de que es lo más certero que nunca haya leído sobre la mayor incógnita de la vida, que es la muerte. La segunda vez había muerto mi padre. Y mi vida, como la suya y la de todos aquellos que ya han sufrido este dolor, entró en la dimensión mortal y rosa, en el atormentado duelo del enigma.Umbral no ha tenido la muerte que merece un personaje de su talla intelectual y literaria. Su desaparición ha tenido que competir en las portadas de los periódicos con la del joven futbolista andaluz. Y el fútbol, una vez más, ha ganado la partida a las letras. Ni siquiera su propio periódico, cuya pluma dignificó durante años, ha podido resistirse al hálito sensacionalista que en muchas ocasiones le ha llevado al colmo del desvarío. La portada le despide hoy -maldita carnaza canalla- con este titular: Murió mientras dictaba su última crónica, y reproduce palabra y gesto de su último aliento que podría llevar como encabezamiento pornografia rosa. Umbral es mucho más que un comentario de Ansón en la portada de El Mundo.
Pero ya no hay criterio periodístico alguno y, para colmo, con él se va uno de los articulistas más brillantes que haya tenido este país. Dios conserve la lucidez a Manuel Alcántara por muchos años, porque se ha quedado sólo frente a tanto desvarío.



Cuando un recuerdo se rescata del olvido por un momento y se vuelve a guardar sin ser reforzado, puede olvidarse para siempre. Como si de pronto ves a alguien que conocías de hace mucho tiempo y no hablas con él. La imagen de su rostro puede borrarse definitivamente de tu memoria.


Sufro los efectos de una alergia sentimental tremenda que ha perturbado el amargado corazón de una de las personas que más quiero, aunque no se lo merece. No creo eso de que hay que dar amor para recibirlo. Tan inútil como dar agua para recibir sed.
