
Al producto malformado del defectuoso pensamiento de Karl Rover -la eminencia gris (con qué acierto barniza de cursiva este término hoy El País) del presidente Bush- algunos lo definen pomposamente como 'ideología neoconservadora'.
Conforman un peligroso subgénero de pseudopolíticos voraces, pragmáticos y amorales, para los que todo vale, para quienes los fines justifican los medios. En España, el patético laboratorio de ideas del PP trata de seguirles los pasos y este empeño ha generado alguna caricatura como Aznar. No es el único monigote de la feria de vanidades neocom.
Se creen que polarizar, capitalizar, radicalizar, enfrentar y matar -la última escala de su bitacora vital para salvar el planeta- es ejercer la política y asumir la responsabilidad de gestionar el mundo.
De sus manos, todavía gotea sangre por Afganistán e Irak.
Quienes se dejan asesorar por estos cerebros sin escrúpulos no saben que la fría inteligencia no basta sino va acompañada por un corazón.
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