lunes, 3 de septiembre de 2007

La ciudad indiscreta


Hoy me decidí a celebrar el primer día de septiembre libre de turistas acercándome a los Groucho a disfrutar de una dosis de cine de autor. Como estoy leyendo un libro japonés elegí una película turca. Esto si es un festival intercultural y no la ñoñada gastrofestiva municipal del Sardinero. Eran un turco y una turca –deconstrucción gramatical políticamente correcta- que ya no tenían nada que decirse como pareja. Y esa es la razón que compone una deliciosa cinta llena de miradas en donde sólo hablan los ojos y los gestos. Encuadre y luz. A Sertorio le va a gustar.


De regreso a casa he constatado que Santander es una ciudad profundamente indiscreta; al dar la vuelta a cualquier esquina cualquier lunes, emerge sin anestesia el pretérito adolescente. Se han cruzado en mi camino –además de Óscar, buscando lecho para su descanso nocturno por culpa de una invasión de checos- dos espíritus del pasado: Fran y Coque. Éramos pandillita de pequeños, cuando teníamos quince y colábamos por dieciocho en aquellos garitos donde no pedían el carné. Por eso nosotros no tuvimos necesidad de inventar el botellón. Bebíamos cubatas a los quince en las barras de los pubs, con la prestancia de un lord inglés, y quemábamos Marlboros que brotaban de gramolas de nicotina sin cepo. Fran y Coque han seguido una progresión lógica: tienen más kilos y menos pelo. Como me cuesta tanto desprenderme de los afectos, me he tomado unas cañas para dar muestra de mi cariño. Pronto empezó el cuestionario y tuve que explicar todo el rollo ese de que a mi no me suena el despertador biológico.


Me entraron ganas de refugiarme en mi madriguera pero no sabía cómo sacudirme el pretérito con delicadeza, sin romper esa cadena de afecto sagrada para gente tan sentimental como yo. Miré hacia la izquierda de la barra, buscando un salvavidas, y me tropecé con un ex novio filmotequero maniático. Qué desazón. Una excusa poco solvente me sirvió de evasiva. Pero antes de entrar al portal me encontré con una compañera de instituto –ya sabéis, a la que una vez llamé sofisticada y pensó que le estaba insultando- que me obligó a mantener un afecto fingido durante diez minutos. Aún tuve que padecer otro atentado más a mi intimidad antes de entrar en conexión con la paz de mi ‘palomar’. Una vecina locuaz de verbo vertiginoso me acorraló en la escalera.


Yo sólo quería ir al cine y disfrutar de la experiencia en soledad. Pero aquí, donde habitan los STV’s, todo es plural y colectivo, nada es íntimo ni personal.

2 comentarios:

Rukaegos dijo...

Me ha encantado tu post, Penélope. Y cierto. Una ciudad como Santander, por dimensiones, actitud y manera de estar, deja poco espacio para los necesarios días anónimos.
Qué te voy a decir del verano, donde además de los fantasmas adolescentes reaparecen (malditas vacaciones) esas sombras del corazón que aún no has curado. Cada agosto lo mismo y el mismo. ¿por qué no pasarán el verano en las quimbambas?

Besucos

Anónimo dijo...

Hola Penélope. A partir de ahora me voy a enganchar a tu blog, que a mí la gente que se interesa por los stv´s me va un montón. Que soy la Saneee¡¡¡ Y, por qué no, te invito a mi nuevo rincón: www.tiempodedescuento.wordpress.com. Está recién inaugurado... Ya me había cansado de la pobre Julieta y sus trapos de marca. Ay, esto debe de ser la madurez¡ Qué pereza¡ Muchos bss y ahorita te paso lo que te dije... Pero que quede entre nosotras, jejej-. Bsss

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