martes, 27 de noviembre de 2007

La sonrisa empedernida


Yo soy de esas personas que sonríen cuando hablan por teléfono. Pero lo que no sabía es que también sonrío ¡mientras escribo mensajes de correo electrónico! Lo he advertido hoy, cuando he sentido la necesidad de relajar el rostro después de haber escrito una carta muy larga con la sonrisa puesta, como si estuviese posando para el Hola. Supongo que sonreír es un hábito inconsciente para la mayoría de los seres humanos, excluyendo el porcentaje universal de mister Scrunch por metro cuadrado. Pilar, por ejemplo, siente lástima de los peces porque dice que no pueden sonreír con esas bocas tan tristes que les dibujan. La verdad es que soporto algunos desajustes más extravagantes que sonreír al ciberespacio. Por ejemplo, no puedo llamar por teléfono a los tipos clasificados en el apartado ‘interesantes’ de mi agenda sin haberme pintado los labios y sin llevar puestos los zapatos, aunque esté en pijama en medio del salón de mi casa. Creo que soy incapaz de sentirme segura en zapatillas al otro lado del móvil. Esto que me pasa son cosas anormales, que ahora –para derretir la potencia del término- se llaman singulares. Si van a más, entran en la dimensión cuarto milenio. Prefiero pensar que no es patológico y que hay algo de filantrópico en esta pertinaz inclinación hacia las sonrisas sin destinatario.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Penélope,
Te confieso que lo que más me gusta de tí es tu gesto sonriente y amable. Transmites ilusión y optimismo siempre, incluso cuando las cosas no marchan bien.
Respecto a tus "singularidades", te contaré que cada uno de nosotros estamos llenos de pequeños "fenómenos extraños". Yo, por ejemplo, me pongo un poco de colonia antes de irme a la cama.
Besos

Anónimo dijo...

Sonreimos incluso cuando dormimos, pe.

Anónimo dijo...

Manías ¿quien no las tiene?
Yo rozo la felicidad cuando llego a casa y me pongo las zapatillas.

Mi mascota pepe el pez

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