viernes, 23 de noviembre de 2007

Los dos rombos de Barrio Sésamo

Dos rombos. Cuando aparecían al comienzo de los créditos de la película de esa noche, significaba el camino sin retorno hacia los sueños. Invariablemente, mi hermana comenzaba a bailar delante del televisor en un esfuerzo inútil por ocultar los símbolos de la prohibición a la vista de los mayores. Entonces todos los españoles veíamos la televisión única, a lo más, el UHF, que era de raros. No había tele por la mañana, ni de madrugada. Yo crecí con Fofó y Barrio Sésamo. Inconscientemente compartí toda mi niñez con Epi y Blas anhelando ver cintas de dos rombos, ajena a la perversión moral a la que me estaban sometiendo estas marionetas. Hoy he leído que en Estados Unidos tienen dos rombos. Los episodios de Barrio Sésamo son sólo para adultos. He estado expuesta a un peligro tóxico y espero que alguien me indemnice por los desarreglos emocionales que me ha generado. Gracias a que he visionado tantos episodios, no concibo pecado en la posible relación gay entre Epi y Blas, ni soy tan estrecha como para no invitar a un desconocido a comer leche con galletas en mi casa, ni sustituyo las galletas por zanahorias para no engordar, tampoco me preocupa que alguien me pida que le pase el jabón cuando se está duchando. Pero tampoco sé cuantas avemarías rezar para purgar tanto pecado romboidal que, al parecer, desaconseja su consumo a menores. Ahora que lo pienso, qué raro, si hasta los Simpsom, South Park y George Bush están desclasificados.

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