domingo, 26 de agosto de 2007

Me gusta estrenar lunes

No hay nada más gris que un domingo por la tarde. Para aquellos de nosotros que contemplamos el fútbol desde las antípodas de nuestro universo vital los domingos se reducen a pasear, leer, planchar y ordenar. A las presumidas nos queda la opción de aprovechar para vestir nuestras uñas con esmalte de colores, pasar revista al armario y no sentirnos culpables por salir a desayunar sin lápiz de labios.

Yo, además, todos los domingos elaboro con inútil empeño una lista de asuntos pendientes y otra de buenos propósitos. Es un ritual tan maniático como estúpido.
Como si cada lunes la vida me diera la oportunidad de ser otra, más responsable, menos derrochadora, más dinámica, menos frívola, más ordenada...
Como si el contador de la suerte se pusiera a cero, como si cada nuevo lunes fuese capaz de sorprenderme.
Puede rozar el desvarío, pero creo que aciertan aquellos que plantean la vida en pequeños ciclos, aquellos a quienes un nuevo lunes le supone una excusa para reinventarse, para soñar con otros perfumes, para incorporar un nuevo gesto, para darse un capricho.
Aciertan quienes disfrutan los días como eslabones de una cadena, como estaciones de cercanía... Acierta quien no diseña planes de futuro, quien no tiene más meta que hacer cosas que le hagan sentir bien, quien no sólo disfruta haciendo lo que debe, el que alguna vez se atreve a contradecirse, el que no se resigna a la rutina y el que vive sin miedo a equivocarse.
Vestir de estreno cada mañana de lunes es uno de mis trucos para fabricar sonrisas.

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