viernes, 21 de septiembre de 2007

El cartero ya no llama dos veces


Abro más a menudo el microondas que el buzón del correo, porque las letras ya no viajan en papel. Ahora son diminutas señales que en lugar de transitar entre Santander y Lisboa sofocadas en el interior de una saca y mecidas al vaivén de una locomotora, se convierten en impulsos invisibles que se elevan más allá del cielo o que rebotan por esos bosques de alambre que escenifican el paisaje futurista que ahora se define como imprescindible para poder comunicarnos.
Las cartas son diminutas señales que ya no se trazan a tinta, sino a tecla, y que no viajan en una sola dirección, sino en varias, porque tienen la capacidad de multiplicarse convertidas en mensajes plurales capaces de alcanzar al ordenador o al teléfono de tantos nombres como queramos.
Ahora llamamos comunicar a lo que antes era decirnos cosas. Ahora las palabras vuelan, no viajan. Las letras no se envuelven en cálidos sobres que se van curtiendo en el trayecto y que llegan a las manos del destinatario con huellas y olores ajenos. Las frases son cada vez menos íntimas, las reflexiones más ligeras y las palabras más comunes.
Ya nadie espera al cartero. Los buzones son almacenes tristes, secos, en los que sólo reposan facturas, comunicaciones bancarias y propaganda. Cobertizos de spam. Cajones de promociones.
Bilbao parece la prehistoria. Allí, hace más de una década, vivía sin teléfono ni televisor. Años de cartas y telegramas. Las esperas, las ausencias y la distancia desprendían emociones cautivadoras. Las respuestas no venían del cielo, ni llegaban tan rápido como los sms. El tiempo transcurría más despacio.

Echo de menos las letras en papel, el tenue rumor del lápiz sobre un cuaderno nuevo, el sabor de los sellos, el olor de las cartas. Que me sorprenda el remite.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo suscribo todo. Y qué bien escrito está!!! Saludos, Pe.

Mi mascota pepe el pez

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