jueves, 13 de septiembre de 2007

Penélope, cuéntame

En una ocasión le propuse a Alberto Ibáñez incluir en alguna de sus publicaciones un cuestionario tipo en el que los entrevistados compartirían con los lectores sus recuerdos de determinadas fechas claves de la historia reciente. Rescatar de la memoria dónde estaba uno el día que murió Franco o qué cenó la noche del 23-F, es un truco infalible para alimentar conversaciones.
En realidad, uno de mis irrealizables proyectos vitales consiste en componer un libro que lleve por título ¿Dónde estaba usted cuando murió Franco? en el que una nómina de ciudadanos anónimos rememoren cómo vivieron la experiencia y compartan las reflexiones y preocupaciones de ese momento. Puede parecer intranscendente, pero creo que un proyecto de estas características, con una cuidada selección de testimonios, contribuiría a enriquecer la memoria histórica que siempre se acaba trasladando a los manuales escolares bajo un barniz académico carente de reflejos emocionales.

Por ejemplo. Para mi, Franco se murió por teléfono. Cuando mi tía Mari hizo sonar el aparato gris y mi madre, tras atender la llamada, se santiguó y nos comunicó lacónicamente que no había colegio. Durante tiempo me fascinó la idea de la muerte, que pasó a ser sinónimo de vacaciones. Dos años más tarde, bauticé con el nombre de Felipe González al muñeco llorón que me trajeron los Reyes Magos y que todavía conservo. Ya de mayor, y ante mis reiteradas súplicas, Pepe Guerrero me invitó a una cena con Felipe González y otros cuatrocientos devotos más. Insistí en acercarme a su mesa para hablarle de 'mi Felipe', pero una mirada de Pepe me hizo desistir en el intento. Aun así, considero que mi peculiar infantil homenaje al felipismo debería constar a modo de anécdota en la biografía del ex presidente. Fue una revelación, algo más frívola, eso sí, que esas señales de poder mental que emiten los niños lama.

En cambio, de la noche del 23-F apenas guardo memoria porque mi madre me mandó a la cama pronto alegando que aquello "no era para tanto". Al día siguiente, cuando me paré en el quiosco de camino al colegio, descubrí lo que son mentiras piadosas.


Pero de lo que estoy seriamente avergonzada es de haberme perdido completamente el 11 de septiembre. Mientras medio mundo contenía la respiración en el sofá de su casa observando atónitos frente al televisor la caída de las torres gemelas, Gema y yo disfrutábamos de nuestro particular limbo gastronómico. Dos periodistas comiendo una ración de papas en el chiringuito de un centro comercial ajenas al mejor directo televisivo de la historia. Una vergüenza que no se como se lo vamos a explicar a Marta -la hija de Gema- cuando crezca. Nos detuvimos en un cajero y sacamos entradas para el espectáculo de Antonio Canales en Tantín. Permanecimos vírgenes al cisma mundial hasta que a las cinco de la tarde llegamos a la oficina y un compañero, visiblemente alterado, trató de ponernos en antecedentes. Desprecié lo que me pareció un relato con una excesiva carga dramática. Le despaché diciendo: "no habrá sido para tanto". Utilicé el mismo tono que mi madre, aquella noche de Tejero, cuando le restó importancia al asalto del Congreso para no preocuparme. Hice un ridículo histórico espantoso, ¿verdad, Gema?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

pedazo de artículo...

para que lo sepas, lo del felipismo infantil no es exlusivo de penélope y su glamour, que la sane tb tiene historia... por algún motivo que desconozco, confundía a nuestro felipe con mi tío manolo, de tal forma que me tiré años llamando al señor que salía en la pantalla de la tele 'tío', aunque no creo que a mi tío le llamara felipe en ningún momento. cosas de niños.

y te diré más... no sé si la cena ésa a la que te refieres fue hace unos 4 años, pero a mí el que me miró con cara de "no cometas ninguna imprudencia" mientras pensaba de qué manera atacar a un felipe rodeado de políticos plastas fue pedro aresti. recuerdo que me planté bien cerquita de él (de felipe, no de pedro), y que uno de sus guardaespaldas me dijo que con el micrófono no podía acercarme, así que se lo puse en la mano y le dije "por favor, sólo quiero saludarle y darle un beso". Como con esta cara que me dio dios siempre he parecido un chuminín bam-bam, pues el hombre accedió gustoso, y cuando me aproximaba a mi anhelado objetivo, pues todos los cámaras chungos que había allí (incluído mi actual marido) empezaron a descojonarse y a enfocarme con sus coña objetivos. Por lo que me sentí a) vulnerable, b) ridícula y c) como chenoa cuando bisbal le puso los cuernos y se fue con elena tablada, o sea, ultrajada en mi intimidad felipista.

ay.

por cierto, que me alegro de no poder entrar a formar parte de tu grupo de testimonios de luto franquista, que es que no había sido nacida. jijiji.

bstes.

Rukaegos dijo...

Sin extenderme mucho y por pura curiosidad, te apunto mi caso.
De la muerte de Franco ... me desperté con cierta extrañeza porque había mucha luz. O lo que es lo mismo, era tarde, no la oscura y fría hora de ir al colegio. En la sala, estaba puesto el televisor y supongo que por enésima vez Arias Navarro lloraba su "españoles, Franco ha muerto".
La televisión, con las colas de peregrinos ´que acudían a visitar el cadáver del dictador, los elogios a los gobernantes que habían enviado su pésame o asistían a las exequias y las duras consideraciones sobre los países que no iban a estar representados oficialmente ... Blanco y negro, música clásica ...

El 23-F. Mi madre estaba buscando Clásicos populares y dejó un momento la votación del Congreso. Y de pronto ocurrió algo. A partir de ahí, el miedo (mi padre estaba en Santander, dedicado a ¡oh cielos! sus compromisos pòlíticos) en la cara de mi madre y su nerviosismo. También la llegada a casa de mi hermano comentando que había ocurrido algo porque los soldados de las COES, que estaban haciendo montaña acampados cerca de Reinosa, habían sido concentrados cerca de la zona de vinos y obligados a regresar al campamento. Y enredando en la radio por la noche, Radio Nosequé emitiendo el comunicado de Milans del Bosch declarando el estado de excepción.
11 de septiembre: iba a ir a la playa con un par de amigos (algunos comunes jeje) y al pasar por su casa me dijeron q subiera urgentemente. Vi en directo el impacto en la segunda torre y el derrumbe de ambas. Hablé por teléfono con no sé cuántas personas. Y sentí mucho miedo. Pensaba que esa misma noche podía estallar una guerra o algo. Por la noche, en un chat, me tocó hacer de confesor de dos conocidos y un desconocido que necesitaban que alguien les tranquilizara porque también tenían miedo. Mucho.

Anónimo dijo...

De la muerte de Franco recuerdo que tenía nueve años y el alegrón que le entró a toda una generación porque se decretaron ocho días de luto, es decir, VACACIONES!!!

A veces morirse es todo un detalle.

También recuerdo a mi abuela y a mi madre rezando en la iglesia, junto a otra mucha gente, para que no viniera otra guerra civil.

A veces morirse es todo un detallazo

Anónimo dijo...

Ridículo, ridículo... no sé. Mientras todo el mundo estaba atenazado delante de la tele, nosotras disfrutamos de uno más de los muchos, eso sí, ratos agradables que hemos pasado juntas (y los que nos quedan). De aquel momento del 11-S en el que aterrizamos en la realidad mientras digeríamos las papas guardo un recuerdo asociado a una sensación muy concreta: una especie de sentimiento de confusión entre la realidad y la ficción. Me parecía asistir a un estreno de la factoría cinematográfica norteamericana mientras nos explicaban atropelladamente lo que había y estaba ocurriendo.
No obstante, empiezo a pensar que mi destino de perder oportunidades de presenciar cosas históricas está siempre asociado a los rascacielos. Sin ir más lejos, ayer mismo he rehusado subir a una grabación en una de las cuatro nuevas supertorres que forman parte ya del nuevo skyline de Madrid. La idea de subir en un montacargas hasta más de 200 metros de altura al más puro estilo parque de atracciones me hizo desistir y, nuevamente, perder la oportunidad de ser una de las primeras personas en guardar en la retina una nueva imagen de Madrid, casi aérea. Dentro de unos años, seguro que haré cola entre turistas y pagaré entrada para auparme hasta las nubes. Claro que ayer comí sola y resultó enormemente aburrido.
De todas formas, estoy segura de que Marta sabrá comprendernos.

Anónimo dijo...

Primero felicidades por el blog. Me gusta.
Quién no ha pensando en estas cosas alguna vez?
A mi me pasa lo mismo con la muerte de Franco, es decir, que lo asocio a que no hubo colegio y a la tele en b/n emitiendo música militar y el entierro de un señor que yo no entendía bien quien era pero que mandaba mucho. Creo que estaba en 1º o 2º de EGB.
Del 23-F me acuerdo mejor. Esta vez ya no fue en b/n y además había dibujos en la tele. Como mi familia no estuvo nunca polítizada, no pasamos la noche en vela ni mucho menos, pero si que tengo el recuerdo de que a mi me pareció algo grave.
Lo que no tiene perdón es haberte perdido el 11-S. Lógicamente, aquí el recuerdo es tan vivo que muchas veces me sorprendo pensando en aquella tarde.
Estaba comiendo como siempre sola y frente a la tele. Recuerdo a Angels Barceló contando que una avioneta había impactado contra una de las torres, enseguida hubo imagenes. Eran casi las tres. En 10 minutos vi al otro avión impactar, en directo. Estaba estupefacta pero aún no reaccionaba. Alrededor de las tres y media informan del avión que había impactado en el pentagono y ahí si, cogi el teléfono y realicé un par de llamadas. Quedé enganchada a la tele hasta las siete de la tarde como en estado de shock.
De lo que no tengo ni el más mínimo recuerdo es de Felipe González y su mayoría absoluta del 82. A saber en que andaría yo porque echando cálculos, en esa fecha tenía 14 años y seguramente estaría pensando en aquel niño tan guapo que me gustaba.
XD

Anónimo dijo...

Gracias por vuestras aportaciones, prometo que formarán parte de mi futuro libro.

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