
Me gustan estas palabras porque definen con una acertada metáfora el efecto Guggenheim. Es cierto. Más allá de la arquitectura de autor, el gigante de titanio recuperó el orgullo de los habitantes de una ciudad que se colocó de golpe en el mapa internacional. Ha sido el antídoto contra la tristeza.
Recuerdo que durante los primeros días de estreno del museo, Alex y yo nos cruzamos en la plaza elípitica a un chino con una cámara de fotos colgada al cuello. Cruzamos una mirada de incredulidad. En Bilbao no había turistas, sino supervivientes. Hasta que Puppy trajo la primavera a una ciudad en la que siempre amanecía el invierno.
Quiero que Santander experimente una cirugía urbana de semejante calado emocional. Que se sacuda el pretérito, que se reinvente, que se arriesgue, que se deje seducir por un estímulo artificial potente que ambicione algo más que un cambio de baldosas o un pirulí comercial. Un fenómeno que cambie el corazón de Santander. Como el Guggen cambió el alma de Bilbao.
1 comentario:
Seguramente un icono arquitectónico por si mismo no cambia una ciudad, pero si ese icono es un museo atractivo, aunque sea un museo franquicia como es el Gugge, y a eso se suma una voluntad colectiva (social y política) por sacar a la ciudad del marasmo y el ensimismamiento las cosas sí pueden cambiar. Es lo que ha sucedido en Bilbao donde una burguesía quizá nacionalista en su mayoría pero no iletrada, una burguesía que piensa en católico pero que actua en calvinista, ha empujado en la buena dirección.
Hay otras razones, pero por hoy avanzo sólo unas líneas.
Escéptico
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