jueves, 11 de octubre de 2007

La vida sin Mar

Ayer me tropecé con Lourdes. No nos habíamos visto desde la muerte de Mar. En realidad, no había tomado contacto con ninguno de quienes la frecuentamos. Recuerdo perfectamente mi primer día de prácticas. Mar entró en la redacción con esa presencia suya, tan femenina, a la que nadie podía ser indiferente. Nunca vi fumar con tanto estilo, más allá de la pantalla del cine. Vestía -aún puedo dibujarle- un traje de falda estrecha a la rodilla con la chaqueta entallada y zapatos de tacón. Llevaba lápiz de labios rojos y el pelo recogido en un moño descuidado, que le daba un aire afrancesado enormemente seductor. Se conducía por la redacción con entusiasmo, defendía los temas con coraje y trabajaba con rigor las informaciones.
Lourdes, Paloma y yo congeniamos enseguida con quien entonces -y ahora- me parecía una periodista fascinante. Ese día decidí que quería parecerme a ella. Cuando Pepeillo apareció en la redacción, pasó a formar parte de las vidas de Mar y de Lourdes y, en menor medida, de la mía.
Yo fui la primera en volar porque entonces tenía prisa por vivir, me siguió Paloma y poco después, a Lourdes se le frustró la vocación entre las páginas de información municipal de Diario 16.
Pienso en Mar y me agarro a la vida con todas mis fuerzas. Mientras yo me reía a carcajadas y aprendía el oficio en geografías diferentes y repartos escénicos en constante tránsito, Lourdes repudió la profesión, se casó, tuvo hijos y es feliz. Cuando tropecé con ella esta mañana estaba en una cafetería, leyendo el Marca. Paloma volvió a dar esas clases tan divertidas de psicología en la Universidad, coincidimos cuando retorna a Santander y compruebo que se mantiene en constante efervescencia. Su amiga Teresa, la magistrada, me dice admirada que nunca se cansa de Paloma porque es la persona con la que más se ha reído en el mundo.
Volví a ver a Mar muchos años después. Le habían abandonado su prometedora trayectoria profesional, el canalla de su marido, la salud, el dinero y hasta su propio rostro. Fue una cadena de espinosos eslabones: una historia de amor le destrozó la autoestima, un fallido matrimonio el corazón y un accidente de tráfico, la cara. De forma que, mientras tomamos aquel café en el Rhin, pensaba que era y no era Mar. Buscaba rastros de sus gestos, que también habían cambiado porque estaba preocupada por su hija, que nació oscurecida por la enfermedad. Todo lo que tocaba se destruía y esa maldición acabó también con ella.
Me lo dijo José Ramón en el Canela. Recordé los cierres del periódico, el día que Mar me ayudó a escribir el crimen de las 74 puñaladas en Pechón, cuando enviaron a Paloma al Seminario de Corbán y confundió al obispo con otro tipo con sotana y a José Ramón ejerciendo de jefe, pidiéndome titulares, "que tú les sabes hacer, niña", me animaba.
Ahora temo por Pepeíllo, porque es el más desvalido de todos, el que más quería a Mar. Y me doy cuenta de que todo esto sucedió hace dieciseis años, en mi primer trabajo, y que todavía continuamos conectados. Y soy un poco cobarde porque no he llamado a Pepeillo, ni quiero hablarlo con Paloma. Porque si no lo digo, será como si no hubiese pasado.
Ayer Lourdes me dijo que he tardado demasiado tiempo en desengañarme de la profesión. No me atreví a llevarle la contraria, porque la realidad es que sigo engañada y enganchada. Igual que Mar, que viene de Margarita y no de las olas. Los periodistas tenemos la obligación de ver lo que otros no ven. Y Mar siempre tuvo los ojos bien abiertos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me hubiera gustado conocer a Mar
Escéptico

Anónimo dijo...

A mi también me hubiese gustado.
Un besuko

Mi mascota pepe el pez

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