lunes, 15 de octubre de 2007

Memoria etílica

Dice Óscar que le parece una buena idea que la Asociación de Hostelería esté preparando un libro de historias de los bares más representativos de Santander. Además, aporta una idea fantástica: que el libro incluya unas páginas en blanco para que cada uno escriba su propia historia de recuerdos y convivencia con los locales que han marcado su tránsito vital.

No puedo sustraerme a esta propuesta tan seductora. Las escenas de la vida que almacenamos siempre han transcurrido en escenarios que se tiñen de un simbolismo especial con el paso de los años. Los domingos merendaba con mis padres en Sonderklass(o algo así, en el paseo de Pereda. Un kas de naranja y una tostada. Todavía existía la Mirinda y triunfaban las caseras de sabores. La abuela Estrella, todos los sábados iba a la peluquería a lavar y marcar, se echaba el plis (nunca supe muy bien qué tipo de producto capilar es ese) y se pintaba las uñas y los labios de rojo para ir a tomar el café a Lago con las amigas. A veces nos llevaba y una señora nos enseñaba a hacer pajaritas de papel con las servilletas, cuando aún no sabíamos que eso se llamaba papiroflexia.

La primera vez que Marián y yo tomamos alcohol pedimos un gin-kas de naranja en el Tetos, aquel local clandestino de la calle Pedrueca –imposible que un lugar así tuviera licencia- donde tomabas copas por cincuenta pesetas y sin carné. Te servían los hielos con la mano y te esparcías por la casa buscando una habitación o un hueco libre.

Mi Santander fue también la Higiénica, el BB2 y Pentágono. Eran los ochenta y yo quería ser Alaska en una ciudad donde triunfaban los Hombres G. Río, sobre todo La Tienduca y el Drink. Quinitos con Carlos Gallut en Monte, o en Cueto, no sé, estaba demasiado lejos del epicentro. El Barco, cuando fue la novedad de aquel verano. Las rabas del Chupi. Los quemadillos de la Peña del Cuervo, que también están en la agenda de Óscar. El Niágara. El Pil. El Zeppellin. El Tony Curtis. El Urban…

Después empezó la decadencia y emigramos hacia otras geografías, evolucionamos al Canela, a Terminal y a la Hora Bruja. Magdalena recordará más escenarios que yo. Pero si hay un bar mítico en mi vida, ese fue –estaréis de acuerdo conmigo, Beas, Blanche y Madeleine- La Luna. Pero eso era cuando Santander vivía de noche y las puertas de los bares abrían hasta el amanecer para acabar desayunando en Luzmela, que sacrificó la estética de chocolatería del alba por un sofisticado local de pinchos y vinos. Después llegó Piñeiro impuso la Ley y Viví el Bilbao del Scuba, nuestro particular bar de culto en el Muelle de Ripa; los cafés del Lamiak, los zuritos y los pinchos con banderilla del Torero, el bar de Igor y el Coleguitas. Cuando Malasaña mataba y Chueca no tenía colores. Y he regresado al Canela, que ahora ya no es estrecho y largo como entonces. Y me gustan las copas del Maravillas, en Menéndez Pelayo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Penélope: Yo recuerdo mis primeras tortitas con mi abuelo en la cafeteria Campsas, en Calvo Sotelo. La parada "obligada" con mi madre en la cafetería de Laínz donde siempre caía un pincho de tortilla o un canapé; mis primeros litros en el Gil; los martinis con una gran amiga en Renedo los sábados; y, más recientemente, las noches de desfase en El Cano en Madrid donde me gusta regresar siempre que puedo

osanemeterio dijo...

Menudo deja vú quemapegao

Anónimo dijo...

La Luna en sus buenos tiempos...muchos e intensos recuerdos.
¿No llegaste a conocer El Proyector?
Escéptico

Anónimo dijo...

El Proyector no forma parte de mis recuerdos. La Luna me fascinó siempre a pesar de que era el bar de la última oportunidad. Algunas de las mejores escenas que he vivido se rodaron allí, entre copas, humo y risas.

Unknown dijo...

Hola Penelope.Que sopresa ver mi nombre.........y no saber quien eres.
"el de los quinitos"

Unknown dijo...

m

Mi mascota pepe el pez

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