martes, 20 de noviembre de 2007

Labios pintados de rojo que dejan huella en la copa de gintonic

Estoy inmersa en un proceso de desdramatización. He ido de compras. Porque siempre compro en los momentos tristes. Me miro los pies constantemente porque tengo unos botines nuevos color chocolate. De charol. Me he pintado los labios de rojo y he leído que el 47,6 por ciento de los cántabros reconoce haber sido infiel a su pareja. Y pienso que si el resto no lo ha sido, únicamente es porque no habrán tenido oportunidad. Hacía mucho que Alfonso, Eduardo y yo no quedábamos. Me han citado en La Cachava, para tomar unas copas antes de cenar. Tienen hábitos curiosos. Casi rituales. He disfrutado mucho de nuestro pequeño conciliábulo de gintonics. Tal vez porque la conversación se sucede sin guión ni pretensión alguna. Si Alfonso fuera rico se cambiaría de sexo por la provocación de llamarse María. Eduardo dice que en este país aunque te pillen con el cuchillo en la mano es difícil ir a la cárcel. Un trío especial. No coincidimos en edad, ni en gustos, ni en profesión. Después de compartir copas durante más de cuatro años, apenas sabemos nada de la vida particular del otro. Vistos desde fuera somos raros. Apenas recuerdo cómo nos conocimos. Me parece que nos ató la casualidad en una rueda de prensa. Y que, desde entonces, nos hemos dejado llevar por una relación peculiar que espontáneamente nos une en convocatorias aleatorias. Citas extravagantes y caóticas, sin argumento. Citas en las que nadie cae en la cuenta de que hoy te has pintado los labios de rojo y llevas botines nuevos. De repente doy en pensar que si Alex y yo nos hubiésemos conocido en párvulos, el habría sido Toby, y yo, la pequeña Lulú. Es un ridículo desorden de identidad que me hace reir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No deja de ser curioso ese desorden compulsivo que a casi todos nos afecta en los momentos bajos. Buscamos una salida desesperadamente, como quien se agarra a un clavo ardiendo. Exploramos en nuestro interior rebuscando aquello que nos hace sertir bien y que deseamos, bien sea una ropa, un nuevo cacharrito electrónico que nunca vamos a saber utilizar, un nuevo disco, un nuevo accesorio para nuestra casa o nuestro coche... y traducimos eso en una compra, en ese intentar desviar nuestros sueños hacia objetos tangibles y, una vez desviados, hacer esos objetos de nuestra propiedad. Y sin embargo, el sueño, el deseo inmaterial, allí se queda, revoloteando por los alrededores como una avispa traviesa que volverá a clavarnos el aguijón de la insatisfacción cuando menos lo esperemos.
A veces, en esos días en los que me despierto y se me ocurre dar un paseo, maravillándome y disfrutando de mi propio movimiento, de la coordinación de músculos y tendones engarzados en la arquitectura (más o menos imperfecta pero tremendamente útil) de mi cuerpo, me pongo trascendental y pienso en los placeres. Y que en el fondo, como humanos y criaturas relativamente simples, muchos de nuestros deseos y placeres son simples tambien, y no demasiado caros. Una puesta de sol, una copa de buen vino (sin matices exagerados, por favor), esa tortilla de patatas de nuestra madre (que siempre la hace como nadie)... cosas que satisfacen los conceptos del bien y el mal de nuestros tiránicos sentidos. Otros placeres son un poco más complejos, pero baratos tambien. Esa tertulia con gente interesante, que excita tu intelecto; ese ejercicio de imaginación que supone soñar con los ojos abiertos; ese rato de lectura de ese libro del que disfrutas cada línea, cada párrafo...
Olvidemos los gintonics y la Cachava. Pongamos otra ambientación, quizá al aire libre, disfrutando del sol en la piel (pero no mucho), del olor de la hierba o del mar (en estos días de frío ya sé que es un ejercicio de abstracción complicado, pero la imaginación es libre). Y nos damos cuenta de que nada ha cambiado, de que es la compañía lo que ha hecho especial ese momento y de que unos minutos pueden ser mágicos simplemente si tú y quienes te rodean decidís que así lo sea, y se dan las circunstancias adecuadas (vale, se ha echado a llover... maldita imaginación).
Está bien. Me rindo. Disfrutemos de ese placer de percepción de ese concepto escultórico y nuestro, de sentir, ver y observar esa forma de nuestros pies embutidos en unos botines de charol color chocolate. Y de ese cuadro, abstracto pero siempre sugerente y siempre nuevo por mucho que se repita, de esa marca roja de carmín en el borde de una copa transparente, semillena de líquido burbujeante y fragante, y ligeramente dulce y amargo. Como una mariposa que se ha parado a libar unos tragos de la vida misma.

Anónimo dijo...

guauuuu... ¿Quién es éste, Peeee??? Preséntamelooooo (porque tiene que ser un hombre... si no, a qué tipo de mujer se le ocurre hablar de los accesorios para el coche???)

Anónimo dijo...

¡¡No se quién es!! Pero me escribió a mi primero...

Mi mascota pepe el pez

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