miércoles, 19 de diciembre de 2007

Un desconocido llama a mi puerta


Es la tercera noche que me visita un extraño. Busca al hijo de mi vecina del quinto, que por los retales de conversaciones que se filtran entre los porosos tabiques de mi buhardilla, permanece escondido en casa de su madre. Supongo que huye del hombre que anoche y antes de anoche, de madrugada, ha pulsado mi botón en el portero automático y me ha sacado de la cama para preguntarme por él. Hace un rato, aprovechando la debilidad de la cerradura del portal, ha subido las escaleras y acaba de tocar mi puerta con los nudillos, como hacen las vecinas cómplices. Me he alarmado porque no he percibido sus pasos sobre la vieja y crujiente escalera de madera mientras escribía en el portátil desde la cama. Es evidente que ha tomado la precaución de no hacerse notar. Me he levantado a sabiendas de que era él. Se ha ocultado el rostro cuando, sin abrir la puerta, he encendido la luz exterior. A través de la mirilla he podido percibir que es un tipo joven y, aunque no lleva chandal, oscila con ese vaivén desacompasado del macarra que no se atreve a permanecer en posición estática por temor a aparentar normalidad. Mientras hablábamos a través de la puerta podía ver la luz incandescente de su cigarrillo atrapado por los dedos de su mano derecha en una postura extraña. Preguntaba por el hijo de mi vecina. Simplemente dije que hiciese el favor de no volver más a mi casa, que estaba en un error, que aquí no vivía esa persona. No respondió. Se giró en silencio y comenzó a descender desmayadamente las escaleras. Como me pareció que había sido poco contundente con la molestias que me causan sus tardías visitas, añadí una coletilla que, por clásica, se me antojo que resultaba imprescindible utilizar en semejante situación. “Como se le ocurra volver por aquí –le trato de usted porque no nos han presentado- llamaré a la policía”. Pero sin que hubiera puesto el pie en el descansillo del tercero, ya estaba marcando el 091 porque en unos segundos se me disparó la imaginación cinematográfica y me vi secuestrada, torturada y atada a un árbol en Punta Parayas sometida al interrogatorio de una pandilla de narcos. Mientras estas imágenes desfilaban a toda velocidad por mi cabeza, al otro lado de la línea me atendió una voz de mujer y le expliqué que estaba preocupada porque un tipo está convencido de que en mi casa vive otro al que busca, por un ajuste de cuentas, pero que yo nunca le aclaro que vive en el piso de abajo, para no ejercer de chivata aunque, bien pensado, nadie me ha pedido que oculte nada. La señorita me indicó que si ocurría otra vez volviera a llamar inmediatamente. “Es que ya es inmediatamente. No le ha dado tiempo a salir del portal”, reclamé con insistencia inútil. “Ya le he dicho que en otra ocasión, llama usted de inmediato y nos acercamos a ver quién es”. La voz femenina dio por zanjada la conversación. La verdad es que no se por qué llamé a la policía. Supongo que porque me preocupa un poco que me tome por encubridora y que siga insistiendo y vuelva a visitarme. Mañana se lo contaré a la del tercero, para crear alarma vecinal y alimentar las tertulias del resto de la escalera. Ahora me voy a dormir.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya Pe... Yo estaría muertecita de miedo... A ver si al final no voy a ser capaz de vivir (y dormir) sola... Jijiji¡ Besitos y si necesitas refuerzos me llamas...

Anónimo dijo...

Si necesitas una Brigada Brutal (BB) que haga guardia delante de tu puerta, llámame. Conozco a unos muchachotes que hacen trabajos absolutamente torpes. En serio, has hecho bien y me encanta esa inocencia tuya de confiar en la Fuerza Pública. En todo caso, cuídate (sin histeriosmo).

Rukaegos dijo...

¿Y para qué llamas a la policía, nacional o municipal? ¿Piensas que van a ir? O estás con ataque agudo de Navidad, o te habías tomado demasiadas cañas esa noche. Nunca, repito, nunca vienen.

De todas maneras, si en otra ocasión necesitas guardia a la puerta, como te ha dicho sert, llama a los amigos. Seremos más eficaces.

Por cierto, a ver cuándo nos tomamos algo, que hace tiempo que no disfruto de cerca de tus labios llenos de rouge.

Anónimo dijo...

Si en estos casos no llamas a la policía (en cualquiera de sus acepciones), ¿a quien llamas? ¿al cura, al lechero, a la concejala de servicios sociales, al amigo soplagaitas?
Seguramente no acuden como fuera menester, pero hay que llamar para que las estadísticas de seguridad ciudadana cuadren al finalizar el próximo trimestre.

Rukaegos dijo...

De todos los que has mencionado, escéptico, el más práctico me parece el lechero. Vivo en una zona en la que desde un año a esta parte no pasa fin de semana sin agresiones de arma blanca: Todavía no se ha visto al primer policía, ni vigilando, ni patrullando ni, por supuesto, acudiendo cuando la agresión ya se ha producido y alguien llama. Hace un par de semanas la propietaria de un local lo contaba en una carta al periódico, cómo espero cuatro horas a que alguien apareciera tras una pelea a navajazos con dos heridos justo delante de su bocatería.
Ah, a las cuatro horas cerró, no es que llegaran tan rápido.

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