
Me doy cuenta de que es otoño porque ha llegado Pilar, esa hermana adoptada y adaptada que se ha convertido en la única responsabilidad que he asumido en la vida de forma voluntaria y sin resignación. Me gusta la vitalidad y la curiosidad que aplica a la vida. Esta especie de Heidi que bajó de las montañas de Resconorio con tres años ya aspira a diez y ha cambiado la vida rural por el MP3 y el material escolar de Ágatha Ruiz de la Prada.
El proceso de adaptación de Pilar a la vida urbana está lleno de anécdotas. Cuando aterrizó en Santander pronunció dos grandes frases: "¿Dónde están las vacas?" y "¿Por qué han tapado lo verde?" (referido al cemento). Después pidió dos cosas: una dentadura postiza y unas gafas de leer. Alguien le dijo que se le iban a caer los dientes y pensaba que bastaba con ponerse lentes para descifrar las letras sin haber pasado por la escuela.
Lo que más me llama la atención es su temprana vocación lectora de periódicos. Hace los sudokus de 'El pequeño país' y su sección preferida es la de esquelas. Todos los dias cuenta las que llevan foto y las que no. Su particular cofre del tesoro es una bolsa de plástico en la que guarda las fotos que recorta de las esquelas de niños e instantáneas de vacas, algunas incluso con Revilla. En junio hizo la Comunión, "por probar la galleta", justificó con indiferencia. También escribe poesía ayudándose de una peculiar lista de palabras que riman y que almacena anotadas en un cuaderno. El invierno pasado escribió lo que bautizó pomposamente como 'El libro de las enfermedades de la familia', allí aparece registrado el día en que mi primo Sergio se metió una alubia por la nariz y cuando a mamá le dió un 'alcólico' de riñón. Cada vez que alguien tose se pone en guardia con entusiasmo, por si empeora y puede abrir un nuevo registro.
El sábado fuimos juntas a comprar un móvil nuevo. La dependienta nos preguntó con qué prestaciones le queríamos. Que tenga tapa, dije yo. Que sea de colores, dijo Pilar. Nos llevamos un caramelito azul celeste. Pilar se ocupó de hacer el traspaso de tarjetas, copiar la agenda y explicarme cómo funciona. Por último, sentó a su jirafa de peluche en una silla, le atusó el pelaje y le sacó una foto que puso de salvapantallas. "Para que tengas una foto de mi cría", me espetó. Es la única niña que conozco que desde los tres años ya quiere ser madre y que juega a que tiene marido que, para más señas, se llama Miguel, es veterinario y trabaja en el zoo de Madrid.